El día esperado llega. Los guías toman la decisión de ingresar al hielo para girar hacia el sur en vez de ir hacia el Refugio Gorra Blanca, una alternativa que había tomado color ante la adversidad climática. El grupo levanta campamento rápidamente y emprende el ascenso por el siempre desafiante Glaciar Marconi. La brisa ya se ha transformado en una ventisca interesante que posteriormente alcanza similitudes de un vendaval incontrolable. Los grampones ya crujen en el hielo. La marcha se hace dificultosa y lenta. La sensación que altera los horizontes de la vacilación ya tiene como valor destacable una gran negación: ya no hay vuelta atrás.
La exploración se interpreta idealmente como el arte de la revelación absoluta. Descubrir y recorrer salvajes rincones de un río perdido. Descubrir y recorrer una nueva vía de acceso a la cumbre de una montaña. Pero también descubrir y recorrer la geografía de nuestro interior, el sentimiento que se expresa en un paisaje y en cada nueva huella que se inmortaliza al pasar.
La denominada Vuelta al Hielo se ubica dentro de las travesías más anheladas por turistas aventureros de todo el mundo. El Chalten, en la provincia de Santa Cruz, es el pueblo y cabecera de inicio de esta y muchas otras alternativas que conmueven a trekkers y exploradores. Si bien este recorrido se puede realizar de sur a norte, ingresando al hielo primero por Paso del Viento, lo más habitual es que se ingrese desde el norte, por Paso Marconi. El sendero comienza en el puente del Río Eléctrico y discurre fuera de los límites del Parque Nacional Los Glaciares. La senda continúa hacia el oeste, internándose en un marcado valle que paulatinamente asciende hacia los hielos y las nieves del Glaciar Marconi. El cruce del Rio Polone es un ícono destacable del recorrido. Los vadeos de los caudalosos ríos de montaña pueden resultar un lindo problema para una expedición o para una simple caminata de corta duración. Finalmente el tradicional primer día culmina en el campamento junto al Lago Eléctrico, denominado La Playita. Las mochilas se desploman y las carpas comienzan a inflarse luego de la evaluación del terreno por parte de los guías. El mar de nubes irrumpe en la melancolía del atardecer y reviste las últimas porciones del celeste tan deseado.
Lucas, Milena y Julián arquean sus cuellos hacia atrás y, mirando el infinito mar de nubes, reniegan y condenan al fenómeno natural. Existo, pienso luego.
El éxito en el ambiente montañero, como bien sabemos, se mide de manera desmesurada y contundente. Llegar o no a la cumbre, culminar o no una larga travesía, completar o no el largo comprometido de una ruta de escalada. El ser o no ser pareciera vivir eternamente en las calificaciones. En el caso de una salida como ésta, de índole pura y exclusivamente vivencial, el éxito sobreviene de una correcta utilización de las técnicas de desplazamiento en terreno complejo, de la concentración pero también de no desperdiciar ni un minuto de cada imagen natural; aquella que puede obsequiarnos una de las sensaciones de felicidad más solicitadas. Con poca visibilidad, la marcha por estas latitudes debe complementarse con adecuados elementos de orientación, si es que no se desea bailar con situaciones desfavorables. Las cartas topográficas, la brújula y el gps están a la orden del día. Y en ese instante uno se traslada a la visión demencial de aquellos exploradores y transgresores de principios del Siglo XX, cuando podían adentrarse en semejantes escenarios y con equipos tan precarios. Que leyendas!
El rumbo es sur, muy sur. A la izquierda se observa la cara oeste del Cordón Marconi. A la derecha y allá a lo lejos, la vista imponderable del Cordón Mariano Moreno y de los Nunataks Witte y Viedma. La aventura brilla en su máximo esplendor. Luego de 10 horas ininterrumpidas, y ante la inminente puesta del sol, el campamento es instalado unas horas antes del conocido Circo de los Altares. Pala de por medio, las plataformas y los muros contenedores y de protección contra el viento se van erigiendo. Las carpas son como estrellas fulgurantes en el espacio más soñado. Son destellos de colores en el espejo helado, inmóvil e inconmensurable. La noche pasa. La mole inextinguible de granito vertical se exhibe repentinamente en el horizonte inmediato, el cerro Torre, nada más y nada menos.
Romina, Elián y Darío rotan sus cuellos y analizan, exhaustos, el interminable camino a seguir. Existo, pienso luego.
Al día siguiente la vida continúa regalando fragmentos de incertidumbre con huellas congeladas. Nuevamente en territorio argentino y en el Parque Nacional Los Glaciares, el grupo alcanza rápidamente la zona del Circo de los Altares, allí donde las paredes oeste de las agujas Standhard, Egger y el Torre, entre otros, rasquetean los umbrales del cielo y desbordan las fantasías de los soñadores. La exaltación del reino vertical llevada al extremo, en su máxima expresión. La función continúa “gramponeando” una y otra vez hasta poder encontrar la salida conveniente. No es fácil, pero con paciencia y buena orientación se llega nuevamente a tierra “firme”. La pequeña Laguna de los Esquíes invita a desplomarse junto a sus aguas, pero la que gana la pulseada es la siguiente, la laguna Ferrari. Es allí donde alguna vez el legendario Casimiro Ferrari montó su campamento y es allí donde ahora se monta el anteúltimo campamento. A poco de haber dejado la Laguna Ferrari atrás se debe virar hacia el Este, como para ir regresando al punto de inicio de la vuelta. Entonces las respiraciones se detienen en un lugar que acapara toda la atención y que hace gran honor a su nombre, Paso del Viento. Los torrentes indomables de aire que normalmente allí se presentan pueden llegar a derrumbar a cualquier excursionista con su mochila muy cargada, de hecho es lo que sucede habitualmente. Un prolongado descenso lleva sin pausas hasta los confines inferiores del Glaciar Rio Tunel y, luego de atravesarlo transversalmente, la acción se traslada a la adrenalínica tirolesa sobre el río homónimo (obligatorio cruce con arnés y permiso). Posteriormente se pasa por la Laguna Turqueza y finalmente se accede a la Laguna Toro, lugar habitual del último campamento.
El rebobinado interno de lo sucedido siempre cumple su función determinante en la acumulación de experiencias inolvidables. El sendero final desde Toro a El Chalten fue, en este caso, el camino ideal para ponerlo en práctica. La exploración y el éxito se habían dado la mano en los términos ideales que se habían buscado. Una dosis insalvable de tierra inmaculada había calado hondo en las almas; almas salvajes y exultantes; ilusionadas y ávidas de una vivencia intensa y largamente apasionante.
Las estrellas en el espacio son ahora soñados destellos fulgurantes reflejados en el espejo helado. Verónica, Francisco y Agustín se arrodillan, todavía encordados, y realizan un acto de silencio que invita a la reflexión. Existo, pienso luego. Existo porque puedo darme cuenta de la pasión y el indescriptible sentir que nos invade cada vez que nos reflejamos en sensaciones y experiencias tan enriquecedoras e imperecederas que nos nutren de pies a cabeza como seres físicos y espirituales. Existo porque creo y compruebo la extraordinaria belleza de nuestro mundo como materia y como cuerpo intangible que viaja hacia el más allá. Existo porque agradezco infinitamente la posibilidad que nos regala la naturaleza de accionar en ella y seguir cultivando nuestra alma día tras día. Y entonces la misma frase me hace evocar a esa inmortal definición de René Descartes en la aceptación de la Duda hasta las últimas consecuencias: Pienso, luego existo (Cogito Ergo Sum). Y la doy vuelta sin verguenza, la pienso luego de existir, porque luego de existir entre tanto diálogo natural inolvidable, la vida nunca se va fuera del camino.
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