UNA PIRCA EN EL CAMINO
Quienes me conocen, saben que la montaña, es mi fuente inagotable de aprendizajes. Ese tiempo y espacio que me regalo cuando puedo, donde se funde naturaleza y saber; prueba y error; esfuerzo y goce; finitud e infinitud. Donde el alma se ensancha en el mismo instante que sobreviene la tremenda experiencia de la pequeñez. Donde el camino no se traza más que con los propios pasos… Y en ese andar, en este último andar, me detuve a observar esos objetos que me acompañaron junto a mis amigos de cordada, durante toda la travesía: LAS PIRCAS. Más allá de otros significados, las "pircas" en montañismo son montículos de piedras apiladas por los mismos transeúntes, que indican “un posible camino correcto". Son marcas en un sendero que nos dan señales e indicaciones. Singulares, rústicas, simples, a veces inestables. Nutridas "piedrita a piedrita" por quien desee, en su recorrido, hacer su aporte para los demás.
Cuando el camino se diluye en el pedregal o la vegetación, cuando el sendero se bifurca y nos vemos confundimos, cuando agotados de tanto caminar perdemos la atención y el rumbo; la pirca está ahí, para decirnos “Vamos bien”, "Es por ahí!", siendo así, una invitación a seguir, un mensaje de seguridad y tranquilidad cuando todo es incierto. Las pircas no son señales sofisticadas ni tecnológicas. Hasta me atrevería a decir, que en muchos casos se vuelven "vitales" en la travesía, desafiando los GPS más onerosos o el track de la App que dispongamos. Ellos nos obligan a mirar una pantalla. Ellas, por el contrario, integran el paisaje invitándonos a no despegar los ojos de la naturaleza, recordándonos - ni más ni menos - que somos parte de ella. No hay montañista tan experto y audaz que no repare en su presencia. Aunque más no sea, para poner en duda su expertice, desafiarse y seguir andando tranquilo.
Algunos lo llamarán "deformación profesional" (soy plenamente consciente de ello), pero difícil para mí no asociar esas pircas a la crianza y la educación en general. Las pircas se ratifican, por un gesto simple y profundo: Ubicar una piedrita más en dicho montículo, al pasar a su lado. Es ese saber artesanal, rústico, vivencial, desinteresado, que nos orienta en la marcha (como padres, madres, educadores). Es experiencia compartida, es la huella de quien transitó ese mismo sendero y desea compartir su vivencia. Es esa palabra, ese gesto espontáneo, esa mano tendida, ese hombro en el cual apoyarse cuando no damos más, cuando nos sentimos desorientados. Es sentir que, aunque el sendero se borronee, aunque el silencio de la montaña (de la crianza, del acto educativo...de la vida misma) nos encuentre en soledad, nos sintamos siempre acompañados, por el testimonio vivo de quien caminó, sudó y admiró esas tierras, pasos previos. Gracias a cada caminante que humilde y generosamente, ha decidido detener su marcha para que otro disfrute de la travesía. Vamos bien! Es por ahí!.
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